7 may 2020

Las 200 Plantas Medicinales más Eficaces - Adolfo Pérez Agustí



Dentro de su aparente complejidad, una planta medicinal es un ejemplo de sencillez y perfección, con su estructura pugnando por llegar un poco más alto y sus raíces empeñadas en afianzarse cada vez más en la tierra. Organismo vivo, bello casi siempre, y capaz de proporcionar al ser humano y a los animales alimento y curación al mismo tiempo, ha sabido adaptarse en el tiempo y a cualquier lugar, en cualquier circunstancia.

Una vez que comprendemos este prodigio natural, resulta imposible admitir que alguien nos hable de la superioridad de los medicamentos como forma de curar al hombre. Encerrados en sus esterilizados y angostos laboratorios, arropados por sueldos normalmente sustanciales, los científicos se empeñan en mejorar la naturaleza y aunque no lo consiguen nunca, recogen cierta fama y dinero. Nos dicen que muchas de estas sustancias químicas debidamente encerradas en una cápsula
o ampolla se logran a partir de una planta medicinal, reconociendo por tanto las virtudes de la materia prima original; contradicción incomprensible cuando luego insisten en la superioridad de su producto. Están convencidos de que 
consiguen mejorar la obra de la naturaleza con sus medicamentos y hasta insisten en que, gracias a ellos, han salvado a millones de enfermos. Pero algo no encaja en esta propaganda si tenemos en cuenta que ninguno de sus medicamentos
químicos ha logrado permanecer en el mercado más de 100 años, y creo que todavía les he regalado algunas décadas. Cuando a una planta medicinal le extraemos su principio “activo” la estamos desequilibrando y ese cambio afectará a sus propiedades y a la persona que recibirá esa parte aislada. Aunque su principio vital parece sumamente sencillo, con la fotosíntesis que transforma el dióxido de carbono y el agua en azúcares, por medio de la energía solar, los procesos metabólicos que se crean posteriormente hacen difícil cualquier valoración sobre cuál es ese principio activo real. ¿Son
los flavonoides o las vitaminas? ¿Los taninos o los aceites esenciales? ¿Quizá el secreto está en esas enzimas que se crean o modifican cuando las calentamos o entran a formar parte de nuestro sistema digestivo? Y si la respuesta es quimérica ¿cómo es posible que todavía haya científicos que insistan en extraer de las plantas medicinales su esencia?


Hasta ahora se han aislado en su interior más de 12.000 principios orgánicos, y gracias a ellos los seres humanos (también los animales y las especies insectívoras), han empleado y emplean las plantas medicinales en su estado natural desde hace 5.000 años, y eso de una manera racional, puesto que con anterioridad fueron empleadas con más o menos acierto de forma intuitiva. Sin embargo, cuando los médicos y farmacéuticos empezaron a propagar que tanta tradición
milenaria no tenía “base científica”, miles de adoradores de la ciencia fueron convencidos, entre ellos muchos que formaban parte de organismos estatales poderosos. Esto llevó a que los millones de personas que habían sido curados gracias a las plantas medicinales, lo mismo que los miles de investigadores que había estudiado sobre ellas, pasaran a ser
considerados como discretos ignorantes a quienes había que mencionar despectivamente como curanderos. La llegada espectacular de los antibióticos, las hormonas sintéticas y los analgésicos, contribuyeron en gran medida a estos hechos y pronto ni un solo médico se atrevió a volver a utilizar con sus pacientes ninguna planta medicinal en su estado natural. Y es que no proporcionaba ninguna categoría, ni social ni científica, tratar de curar a los enfermos 
empleando productos
que se podían coger en cualquier huerta o comprar en un modesto herbolario. Es más, los mismos enfermos reclamaban el medicamento más caro del mercado, en la creencia de que tras el precio estaba su eficacia.






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